Tú que eres tan sólo
una herida en la pared
y un rasguño en la frente
que induce suavemente a la muerte:
tú ayudas a los débiles
mejor que los cristianos
tú vienes de las estrellas
y odias esta tierra
donde moribundos descalzos
se dan la mano día tras día
buscando entre la mierda
la razón de su vida;
yo que nací del excremento
te amo
y amo posar sobre tus manos delicadas mis heces.
Tu símbolo es el ciervo
y el mío la luna:
que caiga la lluvia sobre
nuestras faces
uniéndonos en un abrazo
silencioso y cruel en que
como el suicidio, sueño
sin ángeles ni mujeres
desnudo de todo
salvo de tu nombre
de tus besos en mi ano
y tus caricias en mi cabeza calva
rociaremos con vino, orina y sangre
las iglesias
regalo de los magos
y debajo del crucifijo
aullaremos.
El hombre imaginario
vive en una mansión imaginaria
rodeada de árboles imaginarios
a la orilla de un río imaginario.
De los muros que son imaginarios
penden antiguos cuadros imaginarios
irreparables grietas imaginarias
que representan hechos imaginarios
ocurridos en mundos imaginarios
en lugares y tiempos imaginarios.
Todas las tardes imaginarias
sube las escaleras imaginarias
y se asoma al balcón imaginario
a mirar el paisaje imaginario
que consiste en un valle imaginario
circundado de cerros imaginarios.
Sombras imaginarias
vienen por el camino imaginario
entonando canciones imaginarias
a la muerte del sol imaginario.
Y en las noches de luna imaginaria
sueña con la mujer imaginaria
que le brindó su amor imaginario
vuelve a sentir ese mismo dolor
ese mismo placer imaginario
y vuelve a palpitar
el corazón del hombre imaginario.
Ya no más luces, licores, intriga.
Ya no más excusas, mentiras, drogas.
Hasta aquí mi indiferencia.
Hasta aquí mis sueños, mi envidia,
más allá mis horrores, mi pasión.
Sobre ti vuelo, sobre ti descanso.
Aquí me quedo, en el limbo,
no voy, no regreso, paro, estoy, yo,
solo yo, en mí; no más.
Que caigan las críticas,
aborréscanme, no soy.
Hasta aquí llego, llegué, llegaré.
No más, colapso de gritos,
barbaridad, tragedia.
Defínanme, defínanme grito,
¿quién eres?
no en mí el vacío.
Llénenme, acójanme.
Estoy para el mundo.
Voy a llenar al mundo.
¿Por qué el vacío?
llenémoslo de luz.
La mujer imposible,
La mujer de dos metros de estatura,
La señora de mármol de Carrara
Que no fuma ni bebe,
La mujer que no quiere desnudarse
Por temor a quedar embarazada,
La vestal intocable
Que no quiere ser madre de familia,
La mujer que respira por la boca,
La mujer que camina
Virgen hacia la cámara nupcial
Pero que reacciona como hombre,
La que se desnudó por simpatía
Porque le encanta la música clásica
La pelirroja que se fue de bruces,
La que sólo se entrega por amor
La doncella que mira con un ojo,
La que sólo se deja poseer
En el diván, al borde del abismo,
La que odia los órganos sexuales,
La que se une sólo con su perro,
La mujer que se hace la dormida
(El marido la alumbra con un fósforo)
La mujer que se entrega porque sí
Porque la soledad, porque el olvido...
La que llegó doncella a la vejez,
La profesora miope,
La secretaria de gafas oscuras,
La señorita pálida de lentes
(Ella no quiere nada con el falo)
Todas estas walkirias
Todas estas matronas respetables
Con sus labios mayores y menores Terminarán sacándome de quicio.
Mansamente, insoportablemente, me dueles.
Toma mi cabeza, córtame el cuello.
Nada queda de mí después de este amor.
Entre los escombros de mi alma búscame,
Escúchame.
En algún sitio mi voz, sobreviviente, llama,
Pide tu asombro,
Tu iluminado silencio.
Atravesando muros, atmósferas, edades,
Tu rostro (tu rostro que parece que fuera cierto)
Viene desde la muerte, desde antes
Del primer día que despertara al mundo.
¡Qué claridad tu rostro, qué ternura
De luz ensimismada,
Qué dibujo de miel sobre hojas de agua!
Amo tus ojos, amo, amo tus ojos.
Soy como el hijo de tus ojos,
Como una gota de tus ojos soy.
Levántame. De entre tus pies levántame, recógeme,
Del suelo, de la sombra que pisas,
Del rincón de tu cuarto que nunca ves en sueños.
Levántame. Porque he caído de tus manos
Y quiero vivir, vivir, vivir.
Antes de despedirme
Tengo derecho a un último deseo:
Generoso lector
quema este libro
No representa lo que quise decir
A pesar de que fue escrito con sangre
No representa lo que quise decir.
Mi situación no puede ser más triste
Fui derrotado por mi propia sombra:
Las palabras se vengaron de mí.
Perdóname lector
Amistoso lector
Que no me pueda despedir de ti
Con un abrazo fiel:
Me despido de ti
con una triste sonrisa forzada.
Puede que yo no sea más que eso
pero oye mi última palabra:
Me retracto de todo lo dicho.
Con la mayor amargura del mundo
Me retracto de todo lo que he dicho.
Reí anoche, reí para aturdirme,
para engañar mi lóbrego fastidio
y una copa bebí para olvidarme
que inútilmente para nada lidio.
Y reía la anómala, imprecisa,
impersonal y turbia carcajada
de aquel en cuyos labios la sonrisa
en mueca se troncó desesperada.
Reía... cuando mis lágrimas pugnaban
por nublar mis pupilas orgullosas...,
y reí como ríen los felices
que en el alma no esconden cicatrices
ni han sufrido tragedias dolorosas!
Y reí esa risa cavernaria
que anhela ser caricia y es rugido
para engañar esta comedia diaria
que reclama la calma del olvido.
Mi risa fue un paréntesis piadoso
en esta lucha estúpida sin premio
donde no brilla nunca el alborozo
en el enfermo corazón del poeta,
neurótico y bohemio.
A veces la palabra escrita es más fácil para decir cosas que el titubeo y los nervios no permiten expresar. No es la manera de decirlo, a pesar de ello y sus desventajas imaginaré que veo tu figura e intentaré hacerlo, aunque aún no tenga claro lo que escribo o por qué lo hago.
O tal vez para aclarar las circunstancias y revelar los desenlaces. No me gusta que lo dicho quede en el aire y tener que olvidarlo, y peor aun las cosas que he expresado, porque han sido mis ilusiones, mis deseos forjados en una persona tan especial y que van más allá de mí, es lo que siento.
No puedo soportar encontrarte y verte e imaginar que nunca dije nada. No puedo soportar mi comportamiento, y aún así lo hago.
Porque desde aquel día, te he pensado tanto, y ahora quiero resolver estas dudas simplemente con una inquietud, que creo queda sobreentendida. Si no la respondes, lo entenderé y veré nacer una amistad, y daré muerte a la agonía de este sentimiento; si por lo contrario la respondes, solo tú podrás decirme porque.
Si me dieran a elegir, yo elegiría
esta salud de saber que estamos muy enfermos,
esta dicha de andar tan infelices.
Si me dieran a elegir, yo elegiría
esta inocencia de no ser un inocente,
esta pureza en que ando por impuro.
Si me dieran a elegir, yo elegiría
este amor con que odio,
esta esperanza que come panes desesperados.
Esa temporada me dio un pesar. Hube de hacer disparates y trastornarme completamente. Odio ese recuerdo porque me estruja el corazón y me derrama la bilis en la sangre. Sin embargo, en los días en que quiero atormentarme, en que gozo la voluptuosidad dolorosa de remover las cicatrices, hago desfilar este pasado —que otros día temo— por delante de los ojos. Ahora vivo uno de estos ratos implacables en que soy el más tremendo enemigo de mis ridiculeces y me complace sufrir. Qué importa si esta confesión va a abrumarme de vergüenza; si Andrés Peña va a vomitar sobre sí mismo, sobre el propio Andrés Peña! Andrés Peña se permitirá el lujo —¡su único lujo!— de ser sincero, aun cuando se le encienda la cara.
Fue una norteamericana —Estado de Virginia, Richmond—. No la conocí nunca. Naturalmente. Yo vivía y estudiaba en el Colegio de Loja. Ella en Richmond. Estábamos separados miles y miles de kilómetros que no los salvamos nunca. ¡Imposible! Y a pesar de ello, a pesar de que usted al oír esto creerá imposible ese amor, me he enamorado de ella como un perro. Todo por culpa de unas cartas de una refinada estupidez mía: Cuando cuento quién fue ella, nadie me cree, si me conoce.
Pero ella me quiso también, y eso lo juro. Y lo compruebo enseguida. Mire esto que tengo aquí: son sus cartas. No las rompo porque necesito hacer desaparecer la desconfianza que producen mis palabras en quienes me oyen. Necesito que se me crea capaz —yo, miserable figura— de encender un gran amor a través de algunos grados geográficos. Así, como suena: un gran amor. Le prometo enseñarle las cartas de ella. Se llamaba —no, se llama todavía— Jacqueline Arthur. Jacqueline... Nombre medio afrancesado creo, muy bonito ¿verdad?
Unos colegios norteamericanos se dirigieron al nuestro pidiendo direcciones de alumnos que estudiaran inglés para relacionarlos por correspondencia con alumnos norteamericanos, de preparación similar, que aprendieran español. En ello estoy de acuerdo con usted, se lo vuelvo a decir. Me ha hablado de las ventajas del sistema. El profesor de idiomas habló exactamente como usted, y yo fui un entusiasmado de aquél. Hubo cambio de direcciones, y me tocó escoger. No le habló de la vacilación, de la incertidumbre que se apodera de uno al revisar nombres entre quienes escoger. Al pasar los ojos por el papel, se quedaron en este: Jacqueline Arthur.. Nada, nada. Me gustaba el nombre. Este nombre de mujer me gustaba desde antes. Desde que en una película... Pero me estoy yendo a otra parte. Le decía, le estaba diciendo, que me gustaba, desde antes, este nombre de mujer.
Cursaba el segundo año de español. Llevaba yo cuatro años de estudiar inglés, sin entusiasmarse mucho por su aprendizaje. ¡Ahora comenzaba a palpar las ventajas del sistema!
Nos escribimos. Le hice unas frases en inglés y ella me respondió en español, en el español que puede escribir una muchacha que apenas lleva dos años de aprenderlo.
Fíjese en la primera carta. Observe ese tipo de letra. Ese es el estilo caligráfico, o mejor simplemente gráfico con que todo mundo escribe en los Estados Unidos. Letra "sin personalidad". Hacen la "n" como la "u" y ponen al pie de la firma ilegible el nombre y apellido escritos a máquina. Esto permite que se firme con un rasgo, con un garabato y que ese rasgo, ese garabato sean más rasgos, más garabatos que nunca.
Carta Primera
"Mr. Andrés Peña, etc.
Mi distinguido amigo:
Usted en el Colegio Nacional aprendiendo inglés? Yo desea entablar relaciones de amistad con usted. Vuestra letra es muy bella; mejor, mucho mejor que nuestra letra. En U.S.A. todo escribimos igual. Allá no. Linda letra allá.
Yo doy usted como es mi fisonomía y mi cuerpo. Yo tengo 16 años de edad. Yo tengo el cabello ondulante y blonde. Yo tengo color blanco y cara rosada. Soy alta. Tengo cinco pies y siete pulgadas alto.
Yo ama los deportes. Yo juega tennis, juega natación y gusta el basketball . Yo tengo tennis buen profesor. Yo gané campeonato escolar en año pasado.
¿Usted juega los deportes?
Yo gustaría se sirva decirme cómo es usted.
¿Desea usted venir U.S.A.?
Yo desea venir Ecuador, pero temo calor. Yo deseo estudiar en mapa algo de su país, y en la geographia.
Sírvase usted contestarme primer correo.
Muy atenta y segura servidora,
(f.) Jacqueline Arthur".
Esta primera carta me interesó profundamente. En fin, no quiero cansarle diciéndole todo eso.Al esperar la segunda, luego la tercera... comprendí lo que me pasaba.
¿Qué era esa inquietud con que llevaba la cuenta de los días que demoraba el cambio de cartas entre Richmond, Virginia, Estados Unidos y Loja, Ecuador?
¿Qué era ese temor, esa nerviosidad con que salía disparado de mi tienda las noches de lunes de correo?
Allí, a las siete de la noche, se abrían unas ventanillas.
Sobre la plataforma, sebosa del roce de las manos, se recortaban una cara, unos hombros, un busto. Me acercaba temblando.
Mi nombre. Los ojos de la gente brillaban en la espera.
Así fue como empecé a vivir pendiente de esa ventanilla y cómo el correo adquiría para mí una importancia decisiva. La espera me volvía injusto, y rajaba del público de los apartados que tienen la comodidad de su llave y de recibir horas antes su correspondencia. ¿Por qué uno es tan desgraciado que no puede tomar un apartado de correos? Y me sentía más proletario que nunca. Esos ojos que ponía cuando llegaba mi letra! Y esa cara de súplica para que se me atienda de preferencia! Nunca, nunca me había humillado tanto!
Dígame ,señor, qué era ésto?
Amigo, era una fatalidad mía.
La otra carta, la segunda carta, era está:
Segunda Carta
"Mi querido amigo:
Recibí su carta en inglés. Ella tiene algunas faltas. Yo tengo también faltas cuando escribo. En verdad: yo repito a cada rato, "yo", "yo", "yo". No me olvido. También la conjugación española es muy difícil. Mr. Andrés Peña: Ya estudié su país. Ecuador es país pequeño, con dos millones indios y doscientos mil blancos. Tiene puerto importante: Guayaquil. Tiene cacao. Tiene sombreros de "panamá". Cuando yo tomaba mi cacao he pensado en su país y en usted. Sería muy bello un viaje de turismo por Ecuador. Dolores Costelo y John Barrymore visitaron su país. ¿Usted conoció estas dos stars? ¿Ha usted visto sus films? A mí me encanta el cine. Yo quería ser star. Tengo amigos y amigos que trabajan en el cine. Mes pasado vino un star casa de mi padre. Dijo que era fotogénica, pero desgraciadamente no tengo buena voz. Como usted quiere conocer mi fotografía, aquí le mando unas dos; Berta, mi pequeña hermana, hizo ambas. En el baño, yo soy la segunda izquierda. Otra, yo estoy sentada en los rieles del tren de mi padre. ¿Adivina usted por qué esta carta no tiene faltas? Hice un modelo y lo corrigió mi profesor de español. James Brums se llama mi mejor amigo. Pero yo no lo quiero, como usted dice. El es amigo, nada más. Yo lo estimo a usted más, por su carta. ¿Usted cómo aprendió a decir "I love you" en inglés? Usted debe tener una chica allá a quien decir. Latinos son muy enamorados. Espero su fotografía. Lo saluda atentamente.
(f.) Jacqueline Arthur".
Tercera Carta
"Mi querido Amigo:
Recibí su hermosa carta. Me gustó mucho. Yo enseñé mis amigas de la escuela. Gustó a ellas mucho. Yo le corregí algunas faltas, pero tiene menos faltas que la otra. Yo enseñé también a James y él se rió diciendo: tu amigo está enamorado usted. Yo dije: a James no importa eso.
Yo he tenido gusto que usted ofrece venir U.S.A Yo diré mi padre viene un amigo a visitarme del Sur. Yo tengo un Rolls-Royce, más elegante del lugar. Pasearemos en él amigo Andrés. Yo tengo muchas novedades que mostrarle. Usted hablará solamente inglés. Yo hablaré solamente español.
Yo pienso mucho en usted. ¿Cómo será mi amigo de América Latina? ¿Será muy alto? ¿Será rubio? ¿Tendrá ojos negros? Yo tengo ojos verdes. Gustaría que usted tenga ojos negros —Le enseño una cosa; no escribo mucho "yo", "yo", "yo"—
¿Usted es fotogénico? ¿Tiene buena voz? Ruego de nuevo enviarme fotografía. ¿Qué le parece usted si filmáramos juntos una película? Yo podría facilitar entrada de usted en el cine. Latinos son buenos artistas. Usted dice que más alto que Navarro.
Yo le espero usted en agosto. Tendría mucho gusto en recibirle.
Amigo Andrés: yo no he querido nadie todavía. Usted es muy celoso. No James ni Profesor de español. Profesor es de edad y está casado.
Yo soy muy celosa también. No quiero que usted se enamore de ninguna mujer.
Reciba usted recuerdos.
(f.) Jacqueline Arthur".
Bueno, amigo. No le enseño las dos restantes. Menos la última. Había allí un gran amor. ¿Me lo creerá usted?
He aquí lo que estas cartas me hicieron deducir:
Jacqueline Arthur tenía dieciséis años, bucles rubios y era muy bella.
Tenía una afición desmedida por el cine.
Era millonaria.
Me quería.
Esto último ya lo cree usted también conmigo ¿Verdad? De otro modo, fácil es comprender que no se habría interesado tanto por mí. Menos perfeccionando día y noche su español para escribirme. Fuera de eso, y en las últimas cartas, no habría llegado a escribirlas sin atreverse a hacérselas corregir por su Profesor de español. ¡Tanta pasión rebosaban!
Ahora considere si yo podía interesar a nadie. Estúdieme, mire el original, ¿Qué iba a hacer yo?...
...Maquiné infernalmente. Al estallar la bomba, hasta mi llegaron los efectos, produciéndome una terrible crisis sentimental. Era esto muy justo. Usted lo reconoce. Era muy justo.
Cuando vi su retrato, y su cuerpo maravilloso, y sus bucles dorados, y su cara perfecta, y sus ojos claros y supe que tenía un padre millonario, autos de lujo, explotación de trenes propia y exportación de pinos de Oregón, y había pretensiones de estrellas de cine de por medio, y vi por otra parte quien era yo, el demonio se apoderó de mí.
Le mentí cosas inauditas. Tenía insomnios. Usted sabe lo que son los insomnios. Usted ha sufrido alguna vez de insomnio y ha sentido su feroz maltrato. Ocurre que a uno se le exacerban morbosamente las facultades intelectuales, y sobre todo se excita atrozmente la imaginación, la fantasía. Se trabaja con una lucidez enferma y el corazón temblando, sobresaltado. Una lógica de otra tensión vital desde luego, una lógica a base de grandes descargas... Bueno... Yo tengo este efecto, esta tremenda desgracia. Decir defecto no estaría bien.
Y en mis insomnios —duro colchón de paja y orejas encendidas— imaginaba de mí muchas cosas. Que se las decía después a Jacqueline.
Le ofrecí ir a verla en vacaciones, recorriendo los miles y miles de kilómetros que nos separaban, a pesar de que no tengo un centavo; le dije ser propietario de grandes plantaciones de cacao en la costa y ni sé decirle cómo será la costa!, le dije se me enviaría a perfeccionar los estudios en Alemania, yo, tan mal escolar, que ha ganado los años a duras penas, miserablemente; y —como el débil de ella era el cine— le dije que me gustaría ser galán de cine, hablándole de mis aptitudes para ello. Yo era un atleta, tenía voz de tenor y una magnífica figura! ¡Ya la conocería por la foto a enviarle dentro de pocos días! En fin, le confesé mi amor —no se me ría en la cara—. Ella también me confesó el suyo. No sólo por alusiones vagas: explícitamente.
Y la millonaria de dieciséis años a quien nunca veré me creyó todo, todo, y le metí un fuerte amor en ese pecho que jamás había sufrido una sola amargura.
Esta era mi venganza. La venganza de mi clase proletaria contra la suya, que tiene a sus pies el mundo y que, sobre todo, siempre tiene qué comer!.
¡Esta era mi venganza, esta era mi venganza!
Algo había que ensombrecía su existencia, que se le atravesaba en el camino: su ambición —insatisfecha— de ser estrella de cine. Desde el principio descubrí su punto vulnerable! Por ahí podía encadenarla. Yo sería galán de cine; iríamos a trabajar juntos...
¡Me esperaba, escribiría su última carta a escondidas del profesor de español!
Le daban rubor sus malas frases encendidas!
¡La venganza, la venganza!
¡Sufre alguna vez, mujer bella y millonaria! ¡Sufre al ver que el ídolo que fabricaron tus fantasías sólo fuera un estudiante en la miseria! ¡Sufre alguna vez! No sólo será la madre que debe comprarle zapatos a uno y no tiene cómo. No sólo llorará Andrés Peña cuando la vida le niegue un mendrugo, o le estruje las narices —a la vuelta de una esquina— a la esperanza de algún sueldo de hambre.
Ahora te decía la verdad. Te decía quién soy, Jacqueline, Jacqueline, Jacqueline...! ¡Y entonces tú, Jacqueline, ya no me escribiste más!
Podría también jurar que Jacqueline lloró. Con mi última carta, la carta sincera que borraba todo mi engaño anterior, le mandé mi fiel fotografía. Con este mi vestido de dril, medio apretado ya, mis zapatos con media suela, mi pobre cara, y estas manos feas, largas y nudosas que no sé donde esconder.
La carta era cínica, completamente cínica. Se lo dije todo, todo. La mejor prueba era mi fotografía. ¿No iba a llorar de rabia?
Habría tenido que expulsar esa imagen de hombre adorado, de galán de cine, de chico "bien" que le hice creer que era. Estaría abrumada con lo brutalmente prosaico que resultaba hacerla edificarse un castillo y destruírselo así. Fui un perro, lo conozco. Y eso de orinarse sobre su mejor ilusión fue una canallada. Culpa era de mis insomnios. Yo tengo terror a mis insomnios. Ellos siempre me hacen su víctima, son implacables.
Me sonroja recordarlo. Da muy mala idea de mí, y siento que la había querido, que la había querido y que fui una bestia.
Una bestia tragicómica, un perro enamorado de la luna, que alcanzó a darle una dentellada! Y en medio del dolor de recordar esto, me cabe una alegría satánica:
A esa mujer separada por un abismo de mí, a esa mujer a quien jamás pudiera hacer mía, yo, Andrés Peña, débil, insignificante y oscuro —desde miles y miles de kilómetros de distancia— le trastorné la vida, le envenené la vida. La hice que me quiera, que me adore, y luego que me odie, que me escupa.
Por eso digo: a esa mujer lejana, inaccesible, lunar, le alcancé yo a dar una dentellada, le probé la sangre. ¡Jacqueline, Jacqueline, Jacqueline...! Me gusta aún endulzar mi boca amarga con su nombre, me gusta paladearlo largamente. Y en mis insomnios... Pero basta.
Y volviendo al asunto que usted me decía: "Sí. Creo en la eficacia del aprendizaje de idiomas por correspondencia". Usted tiene razón.
No se me importa un pito que las mujeres
tengan los senos como magnolias o como pasas de higo;
un cutis de durazno o de papel de lija.
Le doy una importancia igual a cero,
al hecho de que amanezcan con un aliento afrodisíaco
o con un aliento insecticida.
Soy perfectamente capaz de soportarles
una nariz que sacaría el primer premio
en una exposición de zanahorias;
¡pero eso sí! —y en esto soy irreductible—
no les perdono, bajo ningún pretexto, que no sepan volar.
Si no saben volar ¡pierden el tiempo las que pretendan seducirme!
Ésta fue —y no otra— la razón de que me enamorase,
tan locamente, de María Luisa.
¿Qué me importaban sus labios por entregas y sus encelos sulfurosos?
¿Qué me importaban sus extremidades de palmípedo
y sus miradas de pronóstico reservado?
¡María Luisa era una verdadera pluma!
Desde el amanecer volaba del dormitorio a la cocina,
volaba del comedor a la despensa.
Volando me preparaba el baño, la camisa.
Volando realizaba sus compras, sus quehaceres...
¡Con qué impaciencia yo esperaba que volviese, volando,
de algún paseo por los alrededores!
Allí lejos, perdido entre las nubes, un puntito rosado.
"¡María Luisa! ¡María Luisa!"... y a los pocos segundos,
ya me abrazaba con sus piernas de pluma,
para llevarme, volando, a cualquier parte.
Durante kilómetros de silencio planeábamos una caricia
que nos aproximaba al paraíso;
durante horas enteras nos anidábamos en una nube,
como dos ángeles, y de repente,
en tirabuzón, en hoja muerta,
el aterrizaje forzoso de un espasmo.
¡Qué delicia la de tener una mujer tan ligera...,
aunque nos haga ver, de vez en cuando, las estrellas!
¡Que voluptuosidad la de pasarse los días entre las nubes...
la de pasarse las noches de un solo vuelo!
Después de conocer una mujer etérea,
¿puede brindarnos alguna clase de atractivos una mujer terrestre?
¿Verdad que no hay diferencia sustancial
entre vivir con una vaca o con una mujer
que tenga las nalgas a setenta y ocho centímetros del suelo?
Yo, por lo menos, soy incapaz de comprender
la seducción de una mujer pedestre,
y por más empeño que ponga en concebirlo,
no me es posible ni tan siquiera imaginar
que pueda hacerse el amor más que volando.
Acordes Menores: Posiciones Equivalentes en todo el Brazo de la Guitarra
Aquí
les dejo con un pequeño método para poder ubicar acordes equivalentes
en todo el brazo de la guitarra. Eligen cualquiera de los cinco acordes
del círculo, ubican la ceja donde se indica y colocan el siguiente
acorde según el círculo y así sucesivamente.
Espero curarme de ti en unos días. Debo dejar de fumarte, de beberte, de pensarte.
Es posible. Siguiendo las prescripciones de la moral en turno. Me receto tiempo, abstinencia, soledad.
¿Te parece bien que te quiera nada más una semana? No es mucho, ni es poco, es bastante.
En una semana se puede reunir todas las palabras de amor que se han pronunciado sobre la tierra y se les puede prender fuego.
Te voy a calentar con esa hoguera del amor quemado. Y también el silencio.
Porque las mejores palabras del amor están entre dos gentes que no se dicen nada.
Hay que quemar también ese otro lenguaje lateral y subversivo del que ama.
Tú sabes cómo te digo que te quiero cuando digo: «qué calor hace», «dame agua», «¿sabes manejar?»,
«se hizo de noche»... Entre las gentes, a un lado de tus gentes y las mías, te he dicho «ya es tarde», y tú sabías que decía «te quiero»).
Una semana más para reunir todo el amor del tiempo. Para dártelo.
Para que hagas con él lo que quieras: guardarlo, acariciarlo, tirarlo a la basura. No sirve, es cierto.
Sólo quiero una semana para entender las cosas. Porque esto es muy parecido a estar saliendo de un manicomio para entrar a un panteón.
Acordes Mayores: Posiciones Equivalentes en todo el Brazo de la Guitarra
Aquí les dejo con un pequeño método para poder ubicar acordes equivalentes en todo el brazo de la guitarra. Eligen cualquiera de los cinco acordes del círculo, ubican la ceja donde se indica y colocan el siguiente acorde según el círculo y así sucesivamente.
No soy bueno para escribir reseñas ni nada que se le parezca, así que sin más que decir aquí les dejo unos libros del gran Darío Fo en formato pdf para que los evalúen ustedes mismos.
Nada resulta superior al destino del canto.
Ninguna fuerza abatirá tus sueños.
Porque ellos se nutren con su propia luz,
se alimentan de su propia pasión...
Renacen cada día, para ser.
Sí, la tierra señala a sus elegidos.
El alma de la tierra, como una sombra,
sigue a los seres indicados
para traducirla en la esperanza,
en la pena, en la soledad.
Si tú eres el elegido.
Si has sentido el reclamo de la tierra,
si comprendes su sombra,
te espera una tremenda responsabilidad.
Puede perseguirte la adversidad,
aquejarte el mal físico,
empobrecerte el medio,
desconocerte el mundo.
Pueden burlarse y negarte los otros...
Pero es inútil...,
nada apagará la lumbre de tu antorcha,
porque no es sólo tuya.
Es de la tierra, que te ha señalado.
Y te ha señalado para tu sacrificio, no para tu vanidad.
La luz que alumbra el corazón del artista
es una lámpara milagrosa que el pueblo usa
para encontrar la belleza en el camino,
la soledad, el miedo, el amor y la muerte.
Si tú no crees en tu pueblo,
si no amas, ni esperas, ni sufres,
ni gozas con tu pueblo,
no alcanzarás a traducirlo nunca.
Escribirás, acaso, tu drama de hombre huraño,
Solo sin soledad...
Cantarás tu extravío lejos de la grey,
pero tu grito será un grito solamente tuyo,
que nadie podrá ya entender.
Sí, la tierra señala a sus elegidos.
Y al llegar el final, tendrán su premio,
nadie los nombrará, Serán lo anónimo,
Pero ninguna tumba guardará su canto...
Endurezcamos la bondad, amigos. Ella es también bondadosa, la cuchillada que hace saltar la roedumbre y los gusanos: es también bondadosa la llama en las selvas incendiándose para que rajen la tierra los arados bondadosos.
Endurezcamos nuestra bondad, amigos. Ya no hay pusilánime de ojos aguados y palabras blandas, ya no hay cretino de soterrada intención y gesto condescendiente que no lleve la bondad, por vosotros otorgada, como una puerta cerrada a toda penetración de nuestro examen. Ved que necesitamos que sean llamados buenos los de recto corazón, y los no doblegados, y los sumisos.
Ved que la palabra va haciéndose acogedora de las más viles complicidades, y confesad que la bondad de vuestras palabras fue siempre —o casi siempre— mentirosa. Alguna vez hay que dejar de mentir ya que, a fin de cuentas, sólo de nosotros dependemos y siempre estamos remordiéndonos a solas de nuestra falsedad, y viviendo así encerrados en nosotros mismos entre las paredes de nuestra astuta estupidez.
Los buenos serán los que más pronto se liberen de esta mentira pavorosa y sepan decir su bondad endurecida contra todo aquel que se la merezca. Bondad que marcha, no con alguien, sino contra alguien. Bondad que no soba ni lame, sino que desentraña y pelea porque es el arma misma de la vida.
Y así sólo serán llamados buenos los de derecho corazón, los no doblegados, los insumisos, los mejores. Ellos reivindicarán la bondad podrida por tanta bajeza, ellos serán el brazo de la vida y los ricos de espíritu. Y de ellos, sólo de ellos, será el reino de la tierra.
La tarde se ha hecho corta hablando de vos; mi mujer piensa que tampoco hoy vendrás a merendar con nosotros; yo creo que sí: los dos te extrañamos tanto; ella dice que en ti hay algo del hijo que soñamos y que nunca tuvimos; yo le digo que nuestro cariño hacia vos se parece a todo y es diferente a todo; verás, es un poco tonto, tiene casi mi edad y eternamente niño; quizá te reirás, pero pasa que a veces se me ocurre pensar que sois ese hijo perdido, uno que vos sabes llevaría tu nombre y al que amarías como amas a los otros niños; tu amistad con ellos será porque las inocencias se buscan o porque tu miedo necesita una sonrisa pura, no sé pero en ti miro al niño que todos llevamos dentro. Cuando llegas cantando una canción y sonriendo, hablando de un último libro que es genial, y de tantas cosas a la vez: de volver a estudiar y de tus sueños, de la última canallada de un ministro o de la estupidez y la ignorancia de un profesor universitario; de los camaradas del partido o de aquel poeta de la mano quebrada, de serpientes y de enanos o de alguna aventura sin fin con una dama santa; de la última borrachera y el primer chuchaqui o simplemente de toda la gente y de toda la vida; la noche se hace bella y en nuestra casa hay fiesta.
Pero, a veces también, cuando te encuentro en la calle caminando tambaleante y bebido, con el corazón sublevado, huyendo de las inmundicias del mundo y perdido en ellas; escondiéndote detrás de las brumas de tus pensamientos de ebrio, imaginando cosas absurdas, riendo y sufriendo, queriendo mirar con odio, con la apagada luz de una mirada inofensiva, me duele mi sangre, me conmueve tu dolor y quiero justificarte todo y comprenderte; ya ves, hasta tu ebriedad se parece a ratos a las travesuras de un niño. Querido amigo-hermano-hijo-poeta sin motivo-profeta-ebrio-niño loco!. Es penoso mirarte así, es duro, es como contemplar la agonía de un niño y me lastima que digan de ti: fue un borracho que pasó, un ebrio que grita enojado, una mala visión; que digan que te metes con mil diablos, que vas por el mundo condenado, alborotado, vagando; que les fastidias, que les jodes mucho, que sois un desperdiciado (porque no ocupas tu tiempo en robar como ellos), que huyan de ti. ¡Qué saben ellos! Si te envidian, si te han plagiado, te han robado, si alguno hasta te odia, porque le has humillado. ¡Hermano y gran amigo mío!. Después, es como si volvieses de una larga y terrible ausencia, como si retornases al niño (viajero fiel, ¡nunca vas muy lejos!); es como si descubridor de tanta pesadilla, te despertases fatigado, alucinado, humillado, atormentado, pero también resucitado, reconciliado, iluminado, exaltado; prometiendo tantas cosas dices: ¡nunca más!, me imagino entonces que estás en la mitad de una avenida azul, pretendiendo con gesto derrotado y vano detener un horrible tránsito; buscando las líneas divisorias entre las tinieblas y la luz, sin darte cuenta que caminas sobre ella ¡equilibrista fantasma de una cuerda invisible!. Pero, ¿a qué seguir hablando de todo ello? Estás otra vez aquí y todos estamos contentos; acércate por favor querido hermano, de la cocina nos llega un olor a infancia, mi mujer está preparando las cosas que más te agradan, ella dudaba que vendrías, pero igual los dos te esperábamos. Observa bien: la casa tiene ese olor de intimidad que nos gusta, las ventanas tienen cortinas nuevas, el piso está encerado, hasta hemos colocado flores; pero despistado, no te has fijado en nada, solo miras los últimos libros que he comprado, los comentas como si ya los hubieras leído y, después, yo sé que te los irás llevando sin pedirlos. Está bien a ti te pertenecen todos los libros. Ahora háblame de tus cosas; cuéntame de esa culebra alada y el rinoceronte enano, de los caballos locos que sientes cabalgar en las sienes, de ese poeta bobo que se cayó en el pozo, o de ese ratoncito blanco —que también era poeta— que en algún chuchaqui negro viste como se estranguló en sus patas o de esa dama que te amó y se perdió en el arco iris, hablemos de algún instante eterno, del infinito, de la semana santa. Es cierto, nos haría bien caminar, quizá en alguna cantina nos olvidaríamos del mundo o lo salvaríamos, reiríamos de los mil y un cachos de aquel marido obvio, de las travesuras del presidente ebrio que se orinó en la cama, de la beata que en noches de luna escalaba la pared de la casa de un cura; recordaríamos la máquina de Ríver, los gauchos de Boedo, cantaríamos la internacional, jugarías con las palabras, los temas y las ansias; mas, después, sólo nos quedaría un amargo sabor en los labios y en el alma. Por eso, deja, aquí se está muy bien, no hay ruidos, sigamos en la tranquilidad de esta sala, pero, ¿por qué no ríes y alborotas? ¿Por qué esa mirada ausente? ¿Qué pensamientos tristes, qué secretos y misteriosos asuntos te ensombrecen esta noche? ¿Qué antigua soledad te duele? ¿Qué Dios amargo te sonríe? No te dejes abatir y sueña. sigue soñando que sueñas niño soñador, deja las cosas como están, no hagas nada, vuelve a ser ese poeta sin palabras que observa crecer el río,vuelve a ser el profeta sin anuncios angustiado y risueño en cualquier esquina de este mísero mundo, deja ese gesto asustado de niño sorprendido en la falta... Afuera hace frío, el café negro que tanto te gusta está ya helado y espera; olvida tus temores, retorna con tu ternura, tus bromas, tus bellas mentiras y, sobre todo, olvida por favor, como lo hacemos nosotros, que las campanas de una iglesia se equivocaron —hace una semana, un mes, un año, un siglo— invitando a tus funerales... No he visto, tu cadáver, me niego a aceptar que estés muerto, además los puros como tú no mueren nunca: ¡VIAJAN!
¿Qué putas puedo hacer con mi rodilla,
con mi pierna tan larga y tan flaca,
con mis brazos, con mi lengua,
con mis flacos ojos?
¿Qué puedo hacer en este remolino
de imbéciles de buena voluntad?
¿Qué puedo con inteligentes podridos
y con dulces niñas que no quieren hombre sino poesía?
¿Qué puedo entre los poetas uniformados
por la academia o por el comunismo?
¿Qué, entre vendedores o políticos
o pastores de almas?
¿Qué putas puedo hacer, Tarumba,
si no soy santo, ni héroe, ni bandido,
ni adorador del arte,
ni boticario,
ni rebelde?
¿Qué puedo hacer si puedo hacerlo todo
y no tengo ganas sino de mirar y mirar?
Herramientas informáticas para músicos aficionados
Este es un listado de algunas aplicaciones que he tenido la oportunidad de probar personalmente o algunas que uso continuamente en esta afición por la música. Cada vez que pueda o encuentre alguna nueva iré actualizando la lista. Sin más que adjuntar les dejo el listado con una breve descripción y el enlace respectivo para su descarga.
Quién no conoce al famosísimo Editor de Partituras de Guitarra Guitar Pro. No creo que debería decir más pero por las dudas: además de permitirte crear partituras y tabs para guitarra, es útil para todo tipo de cuerdas pudiendo ser configurado en tonos para Charango, Bandolín, Cuatro, Mandolina adicionalmente sirve para extraer acordes de diferentes tipos de cuerdas; y con las extensiones RSE (Realistic sound Extension) se puede escuchar todo tipo de timbre de diferentes instrumentos. Permite exportación de partituras a PDF, Midi, BMP, etc. Mediafire
Metrónomo: Fine Metronome
Genial para controlar el tiempo y compás en tus interpretaciones. Altamente configurable en ritmos y tiempos. Mediafire
Editor y Grabador de Audio: Audacity
Otro programita en Software Libre con varias funciones que te permitirá grabar y editar pistas a modo de estudio musical básico. Sitio Oficial para Descarga
Gestor de Letras y Acordes: OpenSong
Software Libre que te permite tener tu propio LaCuerda.Net en tu computador, permite subir y bajar tonos a las canciones, clasificarlas en carpetas, crear presentaciones, exportarlas a páginas html entre otras opciones. En resumen gestionar tu propio cancionero casero. Sitio Oficial para Descarga.
Herramientas para dispositivos Móviles
Gestor de Letras y Acordes: Open Song Tablet
Increíble aplicación, como el nombre lo indica tiene que ver con la aplicación mencionada anteriormente para un ambiente de Escritorio (Open Song) pero esta corre sobre dispositivos Android, asi que puedes llevar todo tu cancionero en la palma de tu mano puedes exportar tus canciones hacia tu ambiente de escritorio y viceversa, editarlas y sincronizarlas para un almacenamiento en la nube, entre otras utilidades. Enlace en Google Play para su descarga. Site Oficial de la App.
Afinador Cromático: DaTuner Lite
Afinador Cromático simple para todo tipo de instumentos. Contiene todo lo básico para afinar tu instrumento con tu dispositivo móvil, disponible en el Enlace de Google Play.