Profeta-niño-loco - Tomás Aguilar

Profeta - niño - loco

"todavía la infancia anda remolineando por tus 
bronquios tus encías tus páncreas tus rodillas 
no se decide a abandonarte así no más".
(Mario Benedetti. "el cumpleaños de juan ángel")

La tarde se ha hecho corta hablando de vos; mi mujer piensa que tampoco hoy vendrás a merendar con nosotros; yo creo que sí: los dos te extrañamos tanto; ella dice que en ti hay algo del hijo que soñamos y que nunca tuvimos; yo le digo que nuestro cariño hacia vos se parece a todo y es diferente a todo; verás, es un poco tonto, tiene casi mi edad y eternamente niño; quizá te reirás, pero pasa que a veces se me ocurre pensar que sois ese hijo perdido, uno que vos sabes llevaría tu nombre y al que amarías como amas a los otros niños; tu amistad con ellos será porque las inocencias se buscan o porque tu miedo necesita una sonrisa pura, no sé pero en ti miro al niño que todos llevamos dentro. Cuando llegas cantando una canción y sonriendo, hablando de un último libro que es genial, y de tantas cosas a la vez: de volver a estudiar y de tus sueños, de la última canallada de un ministro o de la estupidez y la ignorancia de un profesor universitario; de los camaradas del partido o de aquel poeta de la mano quebrada, de serpientes y de enanos o de alguna aventura sin fin con una dama santa; de la última borrachera y el primer chuchaqui o simplemente de toda la gente y de toda la vida; la noche se hace bella y en nuestra casa hay fiesta.

Pero, a veces también, cuando te encuentro en la calle caminando tambaleante y bebido, con el corazón sublevado, huyendo de las inmundicias del mundo y perdido en ellas; escondiéndote detrás de las brumas de tus pensamientos de ebrio, imaginando cosas absurdas, riendo y sufriendo, queriendo mirar con odio, con la apagada luz de una mirada inofensiva, me duele mi sangre, me conmueve tu dolor y quiero justificarte todo y comprenderte; ya ves, hasta tu ebriedad se parece a ratos a las travesuras de un niño. Querido amigo-hermano-hijo-poeta sin motivo-profeta-ebrio-niño loco!. Es penoso mirarte así, es duro, es como contemplar la agonía de un niño y me lastima que digan de ti: fue un borracho que pasó, un ebrio que grita enojado, una mala visión; que digan que te metes con mil diablos, que vas por el mundo condenado, alborotado, vagando; que les fastidias, que les jodes mucho, que sois un desperdiciado (porque no ocupas tu tiempo en robar como ellos), que huyan de ti. ¡Qué saben ellos! Si te envidian, si te han plagiado, te han robado, si alguno hasta te odia, porque le has humillado. ¡Hermano y gran amigo mío!. Después, es como si volvieses de una larga y terrible ausencia, como si retornases al niño (viajero fiel, ¡nunca vas muy lejos!); es como si descubridor de tanta pesadilla, te despertases fatigado, alucinado, humillado, atormentado, pero también resucitado, reconciliado, iluminado, exaltado; prometiendo tantas cosas dices: ¡nunca más!, me imagino entonces que estás en la mitad de una avenida azul, pretendiendo con gesto derrotado y vano detener un horrible tránsito; buscando las líneas divisorias entre las tinieblas y la luz, sin darte cuenta que caminas sobre ella ¡equilibrista fantasma de una cuerda invisible!. Pero, ¿a qué seguir hablando de todo ello? Estás otra vez aquí y todos estamos contentos; acércate por favor querido hermano, de la cocina nos llega un olor a infancia, mi mujer está preparando las cosas que más te agradan, ella dudaba que vendrías, pero igual los dos te esperábamos. Observa bien: la casa tiene ese olor de intimidad que nos gusta, las ventanas tienen cortinas nuevas, el piso está encerado, hasta hemos colocado flores; pero despistado, no te has fijado en nada, solo miras los últimos libros que he comprado, los comentas como si ya los hubieras leído y, después, yo sé que te los irás llevando sin pedirlos. Está bien a ti te pertenecen todos los libros. Ahora háblame de tus cosas; cuéntame de esa culebra alada y el rinoceronte enano, de los caballos locos que sientes cabalgar en las sienes, de ese poeta bobo que se cayó en el pozo, o de ese ratoncito blanco —que también era poeta— que en algún chuchaqui negro viste como se estranguló en sus patas o de esa dama que te amó y se perdió en el arco iris, hablemos de algún instante eterno, del infinito, de la semana santa. Es cierto, nos haría bien caminar, quizá en alguna cantina nos olvidaríamos del mundo o lo salvaríamos, reiríamos de los mil y un cachos de aquel marido obvio, de las travesuras del presidente ebrio que se orinó en la cama, de la beata que en noches de luna escalaba la pared de la casa de un cura; recordaríamos la máquina de Ríver, los gauchos de Boedo, cantaríamos la internacional, jugarías con las palabras, los temas y las ansias; mas, después, sólo nos quedaría un amargo sabor en los labios y en el alma. Por eso, deja, aquí se está muy bien, no hay ruidos, sigamos en la tranquilidad de esta sala, pero, ¿por qué no ríes y alborotas? ¿Por qué esa mirada ausente? ¿Qué pensamientos tristes, qué secretos y misteriosos asuntos te ensombrecen esta noche? ¿Qué antigua soledad te duele? ¿Qué Dios amargo te sonríe? No te dejes abatir y sueña. sigue soñando que sueñas niño soñador, deja las cosas como están, no hagas nada, vuelve a ser ese poeta sin palabras que observa crecer el río,vuelve a ser el profeta sin anuncios angustiado y risueño en cualquier esquina de este mísero mundo, deja ese gesto asustado de niño sorprendido en la falta... Afuera hace frío, el café negro que tanto te gusta está ya helado y espera; olvida tus temores, retorna con tu ternura, tus bromas, tus bellas mentiras y, sobre todo, olvida por favor, como lo hacemos nosotros, que las campanas de una iglesia se equivocaron —hace una semana, un mes, un año, un siglo— invitando a tus funerales... No he visto, tu cadáver, me niego a aceptar que estés muerto, además los puros como tú no mueren nunca: ¡VIAJAN!

Tomás Aguilar
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