Poemas I-XXI - Raúl Perez Torres

Poemas I - XXI

I

Para cantar tu cuerpo y mi desdicha
soy ahora el Minotauro
hombre, bestia y dios:
para cantar tu vagina inocente
como labios de niño,
tu culo cósmico
su estrella solitaria,
soy el efebo virgen
que de a poco va sintiendo
el suave furor de Platón.

Para cantar las cantáridas del pecho
para aspirar el almizcle de tu axila
para poner en diagonal mis labios
bajo tus ubres, loba,
soy raúl, rómulo y remo.

          Que tu cuerpo me libre entonces
          de mi asqueroso yo.

II

Ahora es tu lengua
como un pez
la que agita el oleaje
de los besos.

Entre tu boca y mis labios
la saliva nos sueña
como a dos sabios

           Pienso en Ariadna, lúbrica,
           besada
           por la bestia sagrada.

III

Bajo los ojos de mi amada
los pájaros
sobre su trébol negro
los pájaros
en el país de su boca
en la ola de su lengua
los pájaros
en sus pezones abiertos
los pájaros
entre sus manos sencillas
los pájaros
sobre su flaca alegría
los pájaros
en el ritmo de sus caderas
los pájaros
entre la blusa, dolientes,
los pájaros
en el ritmo del amor
en el movimiento perpetuo
los pájaros
y dentro de su cabeza
revoloteando libres
                             los pájaros

IV

Húmeda
tu sábana de anoche
me dice que has plagiado mi amor
que en tu combada simetría
se ha humedecido otra vez
el dedo del corazón.

Pero he aquí que no desfalleces
libertina
libertaria
y mi impudicia te riega nuevamente
como triste alabanza

V

Tenue de orgullo tu piel se tensa
cuerda del ahorcado
en la que pendo

Nada más fácil para ti
que el exterminio

La soledad barroca de tus gestos
me conmueve
cuando dentro de ti estoy
como en iglesia.

VI

Te das la vuelta
y el alabastro me hace guiños,
las olas de las sábanas malsanas
que se gastan,
la pomarrosa de tu calzonario
navegando al azar,
las bragas sin sentido
al pie de tu sandalia

                    Una gota de vino o de sangre
                    copula con la oscuridad...

VII

Es el mar
es la noche

Siempre vas a la cama
con el vestido de novia
                    de las olas:
                                       tu desnudez.

Tantas luces prendidas
en tanta oscuridad carnal.

VIII

El jadeo ha terminado.

El rocío blanco
que aún pende de tu vientre,
tiembla.

Si ahora te viera Cezanne
quizá pensaría:
naturaleza muerta con magnolia.

IX

Yo que en otros tiempos
habría sido
militante de Espartaco
¡Heme aquí!
Prometeo encadenado.

Pero no.
Tú eres Prometeo
y yo el buitre
que te roe las entrañas.

X

Estoy cantando a un cuerpo negro
en la noche que vela tu espasmo solitario.

Una ninfa te ayuda
a recordar mis caballos.

A siete leguas de tu piel me alumbro
con tu luciernagario.

XI

En una cantina de esas
donde crecen las telarañas
en las paredes
y en los hombres,
sobre una estera mugrienta
en la que descansé
                    mi último vino,
encontré tu nombre
que aligeró mi copa;
en caracteres vivamente rústicos
como en las Cuevas de Altamira
alguien había escrito:
"Paloma, por tu ala en desvelo
guerrearé con todos los que sufren. 1968."

Cuando me echaron fui pensando
en lo que algún día me dijiste tú
o tu sombra:

"Procura que un sabueso te persiga
toda la noche
                   hora tras hora"

XI

Tu cuerpo no contiene
el bochorno del día,
hay una clave infinita
en esa obscuridad.

Entrar en tu negrura
en tu gruta
en su serpiente obscura:
la voluptuosidad.

XII

"O tua blandula, blanda, blandicula,
tua labella ad ludum prolectant"
gime el verso profano
                    de Carl Orff
Y yo pienso en ti
sobre mi lecho
lechosa loba,
lánguida y lóbrega.

XIII

No vuelvas, me dijo Homero
desde la Odisea,
no vuelvas con una mujer,
ella regresa llena de polvo
y azufre.

                  ¡Necio de mí!
Mi mano te recorre nuevamente,
volviendo a unir tus pedazos,
tus junturas,
que a la postre
resultaron falsas,
cadáver joven
                    - no muerto-
como Rimbaud.

XIV

La madre de Ariadna
                   Pasifae
soñaba con una voluptuosidad
por encima de la naturaleza humana.

Soñaba contigo.

XV

Loba, lobezna libre
de qué felino aliento
tu piel de hondísimos orificios,
hoja caída de la noche sin luna,
tu color viperino
como en los cuadros de Manet.

Negra, loba negra
como la tortura.

                  Tu cuerpo me ha dado todo
                  menos la saciedad.

XVI

Tu cuerpo es la caja de Pandora:
derramó toda suerte de dolores
por el mundo.

Hesíodo lo sabía.

Y ahora yo.

XVII

¿He de amarte quizás en el espejo
donde el azogue contiene tu furor?

¿He de pescar alucinado
con mi vieja red de piel suavísima
los peces que gotean de tu pubis?

¿ Visitaré, conquistador conquistado,
las cornucopias de tu ciudad orgiástica?

¿Encenderé tu cópula con mi vela deleznable?

¿Meteré entre tus labios de
lenguosa loba
el filo de este poema
para que se humedezca?

                      El vientre desaforado
                      se humedece ante las preguntas.

XVIII

A veces en la sombra
mientras la luz de la lámpara
cae como otra lengua
sobre tu cuerpo desnudo
te miro a hurtadillas
                    en intermitencias
para que mis ojos
no agoten la maravilla.

No vaya a suceder
que como en el sueño del gitano
te absorba con su cábala
la noche.

XIX

Es la hora del alivio
de la liviandad.
La vulva ha florecido:
           flor de nieve,
mi semen
te adorna como para una fiesta.
La caricia descansa
bajo tu piel de loba
tal si estuviera rumiando la pereza.

           Mientras me visto
           huelo la piel del vino
           esa otra forma de tristeza.

XX

Has cerrado los ojos.

He puesto hojas de coca
debajo de tu almohada
para que duermas sin fantasmas.

Un último beso
me brinda tu pereza lasciva.
(mi lengua un gamo
que atraviesa la noche.)

Tu cuello modigliani. La vacuna.
Sapo mi corazón
de ojos saltones.

¿No es éste el pan de la desdicha?
¿el que los pordioseros comen
para hartarse?

XXI

Te amaré siempre
me decías,
estremecida por el oleaje de mi carne,
te amaré siempre,
eternamente.
Y yo pensaba absorto,
asustado,
casi fuera de la vida:

                   ¿Fue por la muerte de Patroclo
                   que los caballos de Aquiles lloraban
                   o por su desgracia de ser eternos?


Raúl Pérez Torres
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