Ten cuidado - Euler Granda

TEN CUIDADO

Los de la cúpula,
los políticos,
los niños bien, los niños mal,
los que revenden el engaño,
hasta las últimas ruedas del coche del poder,
los que invierten dinero
para la hora del saqueo,
los candidatos,
los encuestadores,
los descentralizadores,
los reconstructores,
los asesores, los regionalistas,
los salvadores de los pobres,
los agentes vendedores de Dios,
todos,
todos sin excepción quieren robar,
todos quieren meterle la garra
a la carroña,
todos se echan sahumerio
antes de dar el golpe,
todos se mimetizan,
todos hacen milagros
y esto no es poesía,
es vómito negro,
es iras.
Donde se pone el dedo salta pus;
es un lugar común,
una frase manida
pero es cierto.
Por eso
cuando dicen pulcro
es puerco;
cuando dicen transparente
es turbio; cuando hablan de virtud
es inmundicia.
Por eso
cuando se pongan a rezar,
cuando se sacrifiquen por los otros,
cuando se llenen la boca de franqueza,
de igualdad, de ética, de amor,
no te distraigas
prepara tu arma.

Que trata de uno gatos 
y otros poemas(2002)
Euler Granda

Extracto Capítulo 4 (Segunda Parte) Así se templó el acero - Nikolai Ostrovski

Capítulo 4 (Segunda Parte) - Extracto

Dos postes constituyen la frontera. Callados y hostiles, encarnando dos mundos, se alzan el uno frente al otro. Uno de ellos está acepillado y pulido, pintado de negro y blanco, como la garita de un centinela. Arriba, con grandes clavos, está sujeta el ave de rapiña monocéfala. Desplegadas las alas, como si clavara sus garras en el poste a rayas, el ave de rapiña, con su pico curvado en tensión, escruta malévola el escudo metálico que hay frente a ella. A una distancia de seis pasos, hay otro poste redondo de brillante roble, profundamente hincado en tierra. Sobre este destaca un escudo de hierro fundido, y en él, el martillo y la hoz. Aunque los postes están empotrados en la tierra llana, entre los dos mundos existe un abismo. Nadie puede atravesar esos seis pasos, si no es a trueque de arriesgar la vida.

Allí está la frontera.

Desde el Mar Negro hasta el Extremo Norte, hasta el mismo Océano Glacial, en una distancia de miles de kilómetros, se extiende la línea inmóvil de los silenciosos centinelas de las Repúblicas Socialistas Soviéticas, con el grandioso emblema del trabajo en sus escudos. Al Este y al Oeste de aquel poste con el águila monocéfala comienzan, respectivamente, las tierras de la Ucrania Soviética y las de la Polonia de los panis. El pequeño pueblecito de Beresdov se pierde en un espeso bosque. A diez kilómetros de él, frente a la aldea polaca de Koriets, está la frontera. Desde el pueblecillo de Slavuta hasta el de Anápol se extiende el sector del batallón X de guardafronteras.

Los postes fronterizos corren a través de campos nevados, pasan por el bosque, bajan hasta los barrancos, destácanse en las crestas de los cerros y, al llegar al río, otean desde la elevada orilla la llanura nevada de la tierra extraña…

Hace frío. La nieve cruje bajo las botas de fieltro. Del poste con el martillo y la hoz se desprende una figura gigantesca, tocada de yelmo, como los héroes legendarios. Andando pesadamente, comienza a recorrer su sector. El corpulento soldado rojo viste capote gris, con distintivos verdes, y botas de fieltro. Encima del capote lleva un enorme abrigo de piel de oveja con anchísimo cuello, y un cálido casco de paño cubre su cabeza. Sus manos están protegidas por manoplas de piel. El abrigo le llega hasta los talones; con él no se tiene frío ni siquiera durante las más terribles ventiscas. Sobre su hombro descansa el fusil. El soldado rojo, barriendo la nieve con el abrigo, va por la línea de vigilancia, aspirando con satisfacción el humo de su cigarrillo. En la frontera soviética, en campo abierto, los centinelas se encuentran a un kilómetro el uno del otro, a fin de poder verse mutuamente a simple vista. En la frontera polaca hay dos hombres por cada kilómetro.

En dirección contraria al soldado rojo, por su senderillo de la línea de vigilancia se mueve un soldado polaco. Lleva burdos zapatones de soldado, guerrera y pantalones de un color verde grisáceo y, encima de estos, un capote negro con dos hileras de botones relucientes. Cubre su cabeza con una gorra de cuatro picos. El águila monocéfala brilla en muchas partes de su uniforme: en la gorra, en las hombreras y en el cuello del capote, pero esto no hace que sienta más calor. El frío cruel le ha calado hasta los huesos. Se frota sus orejas insensibles, se golpea los tacones sobre la marcha; sus manos, enfundadas en delgados guantes, están ateridas. No puede detenerse ni un minuto: el frío paraliza al instante sus articulaciones, y el soldado se mueve continuamente, a veces al trote. Los centinelas se nivelan, y el polaco da la vuelta y echa a andar paralelamente al soldado rojo.

En la frontera no se puede conversar, pero cuando alrededor todo está desierto y los seres humanos más próximos se encuentran a un kilómetro de distancia, ¿quién sabe si estos dos centinelas que marchan paralelamente guardan silencio o infringen las leyes internacionales?

El polaco quiere fumar, pero ha olvidado las cerillas en el cuartel, y el vientecillo, como si pretendiera hacerle rabiar, trae de la parte soviética el aroma tentador del tabaco. El polaco deja de frotarse las orejas y mira hacia atrás: a veces, una patrulla montada, con el suboficial a la cabeza, y en ocasiones incluso con el teniente, recorre la frontera para comprobar los puestos y surge de detrás de algún montículo cuando menos se la espera. Pero alrededor todo está desierto. La nívea sábana brilla cegadora al sol. En el cielo no hay ni una sola estrellita de nieve.

—Camarada, dame cerillas —dice el polaco, infringiendo el primero la ley sagrada y, echándose a la espalda su fusil francés de larga bayoneta, saca del bolsillo del capote, con dedos ateridos, un paquete de cigarrillos baratos.

El soldado rojo ha oído la petición del polaco, pero el reglamento del servicio de guarda fronteras prohíbe al combatiente entablar conversación con cualquier extranjero, y además no ha comprendido bien lo dicho por el soldado. Y continúa su camino, pisando fuerte la crujiente nieve con sus pies enfundados en las cálidas botas de fieltro.

—Camarada bolchevique, dame fuego, tírame la caja de cerillas —dice el polaco, esta vez en ruso.
El soldado rojo escruta a su vecino. «Se ve que el frío se le ha metido hasta los hígados al pan. Aunque es un soldadillo burgués, su vida es perra. Lo han arrojado a este frío, sólo con el capotillo, salta como una liebre, y sin poder fumar las está pasando negras». Y el soldado rojo, sin volverse, tira la caja de cerillas. El polaco la coge al vuelo y, rompiendo muchas cerillas, enciende por fin. La caja vuelve a pasar de la misma forma la frontera y, entonces, el soldado rojo infringe sin querer la ley.

—Quédatelas, yo tengo.

Pero del otro lado de la frontera se oye decir:

—Gracias, por esa caja de cerillas tendría que pasarme un par de añitos en la cárcel.
El soldado rojo mira la caja. En ella hay un avión. En vez de la hélice, se ve un puño poderoso y la inscripción: «Ultimátum».

«Sí, efectivamente, para ellos no son apropiadas».

El soldado polaco continúa marchando paralelamente al combatiente soviético. Se aburre solo en el campo desierto.

Así se templó el Acero (1935)
Nikolai Ostrovski
Extracto del inicio del Capítulo 4
de la Segunda Parte.
Traducción: J. Vento y A. Herraiz

Auxilio - Euler Granda

AUXILIO

Carmín, dorado, platinoso:
verba pintarrajeada,
cada vez que abren la boca
dicen trampas,
dejan caer anzuelos
en nuestra taza de café.
Cuando nos hacen comer moscas
que nos rescatan dicen,
juran que nos socorren
cuando nos bolsiquean,
cuando el pan nos achican
dicen que crecerá el producto
interno bruto,
que el Banco Mundial
y la globalización
nos llevará en un globo
a la diestra del padre,
que el oleoducto de los crudos pesados
habrá de proveernos
cama, dama y chocolate.
Así son los lagartos de élite,
así son los lagartos que dan órdenes,
así son los lagartos
que agachan la cabeza,
así es la cleptocracia.
Los que te venden
dicen que te salvan,
que por desobedientes van a escarmentarnos
y que el «riesgo país» va a acrecentarse,
que nos repudiarán los mercados externos.
Mientras que el FMI
tira la boya al Brasil y Argentina
al Ecuador le mandan yuca.
Y entre éstas y las otras
hace olas la porquería,
nos estamos hundiendo,
¡auxilio caca!

Que trata de uno gatos 
y otros poemas(2002)
Euler Granda

La Paz - Euler Granda

La Paz

A Stalin Alvear

La paloma de la paz
tiene dólares en lugar de plumas
y un garrote en el pico.


Cúal paz.
Qué me quieres decir,
de qué me quieres convencer,
qué puñado de clavos me incitas a tragar.
Paz para qué
para quién,
paz para que te afrenten
y te destripe el hambre.
La paz de los muñones,
el descontento con bozal,
la placidez con anteojeras,
la paz del amor muerto.
Qué toxina.
Qué sabandija se camufla
en la paloma de la paz.
Qué empresa transnacional,
qué juego de mercado
saca provecho de la paz.
Quiénes se dan el lujo de la paz
De que color quieres la paz,
a qué tasa de interés.
Qué paz es la que quieres:
la que impone la fuerza,
la que proviene del dinero,
la paz de la barriga llena,
la paz cuando el vecino te amedentra
con sus cachorros bélicos,
con sus Mig 29.
Joaquín Gallegos Lara:
«cuando en nuestro país
toda alegría se la robamos a alguien
de modo que no podemos ser dichosos
sin ser canallas»,
¿se puede tener paz?
Cuánto de territorio
te deben cercenar
para alcanzar la paz.
Todos quieren la paz para sí solos
que revienten los otros;
todos quieren cagarse
en la poltrona de la paz.
Mientras la prensa te canta
la nana de la paz
los comerciantes te despluman.
La excelentísima,
la blanca,
la mimada,
la piedra preciosa,
la Virgen Santísima Paz
para que los corruptos
sigan robando en paz.

Que trata de uno gatos 
y otros poemas(2002)
Euler Granda
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