La Bondad
Endurezcamos la bondad, amigos. Ella es también bondadosa, la cuchillada que hace saltar la roedumbre y los gusanos: es también bondadosa la llama en las selvas incendiándose para que rajen la tierra los arados bondadosos.
Endurezcamos nuestra bondad, amigos. Ya no hay pusilánime de ojos aguados y palabras blandas, ya no hay cretino de soterrada intención y gesto condescendiente que no lleve la bondad, por vosotros otorgada, como una puerta cerrada a toda penetración de nuestro examen. Ved que necesitamos que sean llamados buenos los de recto corazón, y los no doblegados, y los sumisos.
Ved que la palabra va haciéndose acogedora de las más viles complicidades, y confesad que la bondad de vuestras palabras fue siempre —o casi siempre— mentirosa. Alguna vez hay que dejar de mentir ya que, a fin de cuentas, sólo de nosotros dependemos y siempre estamos remordiéndonos a solas de nuestra falsedad, y viviendo así encerrados en nosotros mismos entre las paredes de nuestra astuta estupidez.
Los buenos serán los que más pronto se liberen de esta mentira pavorosa y sepan decir su bondad endurecida contra todo aquel que se la merezca. Bondad que marcha, no con alguien, sino contra alguien. Bondad que no soba ni lame, sino que desentraña y pelea porque es el arma misma de la vida.
Y así sólo serán llamados buenos los de derecho corazón, los no doblegados, los insumisos, los mejores. Ellos reivindicarán la bondad podrida por tanta bajeza, ellos serán el brazo de la vida y los ricos de espíritu. Y de ellos, sólo de ellos, será el reino de la tierra.
Pablo Neruda.
Para Nacer he Nacido.
Cuaderno 1,
Es muy temprano.