Un Idilio Bobo
Esa temporada me dio un pesar. Hube de hacer disparates y trastornarme completamente. Odio ese recuerdo porque me estruja el corazón y me derrama la bilis en la sangre. Sin embargo, en los días en que quiero atormentarme, en que gozo la voluptuosidad dolorosa de remover las cicatrices, hago desfilar este pasado —que otros día temo— por delante de los ojos. Ahora vivo uno de estos ratos implacables en que soy el más tremendo enemigo de mis ridiculeces y me complace sufrir. Qué importa si esta confesión va a abrumarme de vergüenza; si Andrés Peña va a vomitar sobre sí mismo, sobre el propio Andrés Peña! Andrés Peña se permitirá el lujo —¡su único lujo!— de ser sincero, aun cuando se le encienda la cara.
Fue una norteamericana —Estado de Virginia, Richmond—. No la conocí nunca. Naturalmente. Yo vivía y estudiaba en el Colegio de Loja. Ella en Richmond. Estábamos separados miles y miles de kilómetros que no los salvamos nunca. ¡Imposible! Y a pesar de ello, a pesar de que usted al oír esto creerá imposible ese amor, me he enamorado de ella como un perro. Todo por culpa de unas cartas de una refinada estupidez mía: Cuando cuento quién fue ella, nadie me cree, si me conoce.
Pero ella me quiso también, y eso lo juro. Y lo compruebo enseguida. Mire esto que tengo aquí: son sus cartas. No las rompo porque necesito hacer desaparecer la desconfianza que producen mis palabras en quienes me oyen. Necesito que se me crea capaz —yo, miserable figura— de encender un gran amor a través de algunos grados geográficos. Así, como suena: un gran amor. Le prometo enseñarle las cartas de ella. Se llamaba —no, se llama todavía— Jacqueline Arthur. Jacqueline... Nombre medio afrancesado creo, muy bonito ¿verdad?
Unos colegios norteamericanos se dirigieron al nuestro pidiendo direcciones de alumnos que estudiaran inglés para relacionarlos por correspondencia con alumnos norteamericanos, de preparación similar, que aprendieran español. En ello estoy de acuerdo con usted, se lo vuelvo a decir. Me ha hablado de las ventajas del sistema. El profesor de idiomas habló exactamente como usted, y yo fui un entusiasmado de aquél. Hubo cambio de direcciones, y me tocó escoger. No le habló de la vacilación, de la incertidumbre que se apodera de uno al revisar nombres entre quienes escoger. Al pasar los ojos por el papel, se quedaron en este: Jacqueline Arthur.. Nada, nada. Me gustaba el nombre. Este nombre de mujer me gustaba desde antes. Desde que en una película... Pero me estoy yendo a otra parte. Le decía, le estaba diciendo, que me gustaba, desde antes, este nombre de mujer.
Cursaba el segundo año de español. Llevaba yo cuatro años de estudiar inglés, sin entusiasmarse mucho por su aprendizaje. ¡Ahora comenzaba a palpar las ventajas del sistema!
Nos escribimos. Le hice unas frases en inglés y ella me respondió en español, en el español que puede escribir una muchacha que apenas lleva dos años de aprenderlo.
Fíjese en la primera carta. Observe ese tipo de letra. Ese es el estilo caligráfico, o mejor simplemente gráfico con que todo mundo escribe en los Estados Unidos. Letra "sin personalidad". Hacen la "n" como la "u" y ponen al pie de la firma ilegible el nombre y apellido escritos a máquina. Esto permite que se firme con un rasgo, con un garabato y que ese rasgo, ese garabato sean más rasgos, más garabatos que nunca.
Carta Primera
"Mr. Andrés Peña, etc.
Mi distinguido amigo:
Usted en el Colegio Nacional aprendiendo inglés? Yo desea entablar relaciones de amistad con usted. Vuestra letra es muy bella; mejor, mucho mejor que nuestra letra. En U.S.A. todo escribimos igual. Allá no. Linda letra allá.
Yo doy usted como es mi fisonomía y mi cuerpo. Yo tengo 16 años de edad. Yo tengo el cabello ondulante y blonde. Yo tengo color blanco y cara rosada. Soy alta. Tengo cinco pies y siete pulgadas alto.
Yo ama los deportes. Yo juega tennis, juega natación y gusta el basketball . Yo tengo tennis buen profesor. Yo gané campeonato escolar en año pasado.
¿Usted juega los deportes?
Yo gustaría se sirva decirme cómo es usted.
¿Desea usted venir U.S.A.?
Yo desea venir Ecuador, pero temo calor. Yo deseo estudiar en mapa algo de su país, y en la geographia.
Sírvase usted contestarme primer correo.
Muy atenta y segura servidora,
(f.) Jacqueline Arthur".
Esta primera carta me interesó profundamente. En fin, no quiero cansarle diciéndole todo eso. Al esperar la segunda, luego la tercera... comprendí lo que me pasaba.
¿Qué era esa inquietud con que llevaba la cuenta de los días que demoraba el cambio de cartas entre Richmond, Virginia, Estados Unidos y Loja, Ecuador?
¿Qué era ese temor, esa nerviosidad con que salía disparado de mi tienda las noches de lunes de correo?
Allí, a las siete de la noche, se abrían unas ventanillas.
Sobre la plataforma, sebosa del roce de las manos, se recortaban una cara, unos hombros, un busto. Me acercaba temblando.
Mi nombre. Los ojos de la gente brillaban en la espera.
Así fue como empecé a vivir pendiente de esa ventanilla y cómo el correo adquiría para mí una importancia decisiva. La espera me volvía injusto, y rajaba del público de los apartados que tienen la comodidad de su llave y de recibir horas antes su correspondencia. ¿Por qué uno es tan desgraciado que no puede tomar un apartado de correos? Y me sentía más proletario que nunca. Esos ojos que ponía cuando llegaba mi letra! Y esa cara de súplica para que se me atienda de preferencia! Nunca, nunca me había humillado tanto!
Dígame ,señor, qué era ésto?
Amigo, era una fatalidad mía.
La otra carta, la segunda carta, era está:
Segunda Carta
"Mi querido amigo:
Recibí su carta en inglés. Ella tiene algunas faltas. Yo tengo también faltas cuando escribo. En verdad: yo repito a cada rato, "yo", "yo", "yo". No me olvido. También la conjugación española es muy difícil.
Mr. Andrés Peña: Ya estudié su país. Ecuador es país pequeño, con dos millones indios y doscientos mil blancos. Tiene puerto importante: Guayaquil. Tiene cacao. Tiene sombreros de "panamá". Cuando yo tomaba mi cacao he pensado en su país y en usted.
Sería muy bello un viaje de turismo por Ecuador. Dolores Costelo y John Barrymore visitaron su país. ¿Usted conoció estas dos stars? ¿Ha usted visto sus films?
A mí me encanta el cine. Yo quería ser star. Tengo amigos y amigos que trabajan en el cine. Mes pasado vino un star casa de mi padre. Dijo que era fotogénica, pero desgraciadamente no tengo buena voz.
Como usted quiere conocer mi fotografía, aquí le mando unas dos; Berta, mi pequeña hermana, hizo ambas. En el baño, yo soy la segunda izquierda. Otra, yo estoy sentada en los rieles del tren de mi padre.
¿Adivina usted por qué esta carta no tiene faltas? Hice un modelo y lo corrigió mi profesor de español.
James Brums se llama mi mejor amigo. Pero yo no lo quiero, como usted dice. El es amigo, nada más. Yo lo estimo a usted más, por su carta.
¿Usted cómo aprendió a decir "I love you" en inglés? Usted debe tener una chica allá a quien decir. Latinos son muy enamorados.
Espero su fotografía.
Lo saluda atentamente.
Mr. Andrés Peña: Ya estudié su país. Ecuador es país pequeño, con dos millones indios y doscientos mil blancos. Tiene puerto importante: Guayaquil. Tiene cacao. Tiene sombreros de "panamá". Cuando yo tomaba mi cacao he pensado en su país y en usted.
Sería muy bello un viaje de turismo por Ecuador. Dolores Costelo y John Barrymore visitaron su país. ¿Usted conoció estas dos stars? ¿Ha usted visto sus films?
A mí me encanta el cine. Yo quería ser star. Tengo amigos y amigos que trabajan en el cine. Mes pasado vino un star casa de mi padre. Dijo que era fotogénica, pero desgraciadamente no tengo buena voz.
Como usted quiere conocer mi fotografía, aquí le mando unas dos; Berta, mi pequeña hermana, hizo ambas. En el baño, yo soy la segunda izquierda. Otra, yo estoy sentada en los rieles del tren de mi padre.
¿Adivina usted por qué esta carta no tiene faltas? Hice un modelo y lo corrigió mi profesor de español.
James Brums se llama mi mejor amigo. Pero yo no lo quiero, como usted dice. El es amigo, nada más. Yo lo estimo a usted más, por su carta.
¿Usted cómo aprendió a decir "I love you" en inglés? Usted debe tener una chica allá a quien decir. Latinos son muy enamorados.
Espero su fotografía.
Lo saluda atentamente.
(f.) Jacqueline Arthur".
Tercera Carta
"Mi querido Amigo:
Recibí su hermosa carta. Me gustó mucho. Yo enseñé mis amigas de la escuela. Gustó a ellas mucho. Yo le corregí algunas faltas, pero tiene menos faltas que la otra. Yo enseñé también a James y él se rió diciendo: tu amigo está enamorado usted. Yo dije: a James no importa eso.
Yo he tenido gusto que usted ofrece venir U.S.A Yo diré mi padre viene un amigo a visitarme del Sur. Yo tengo un Rolls-Royce, más elegante del lugar. Pasearemos en él amigo Andrés. Yo tengo muchas novedades que mostrarle. Usted hablará solamente inglés. Yo hablaré solamente español.
Yo pienso mucho en usted. ¿Cómo será mi amigo de América Latina? ¿Será muy alto? ¿Será rubio? ¿Tendrá ojos negros? Yo tengo ojos verdes. Gustaría que usted tenga ojos negros —Le enseño una cosa; no escribo mucho "yo", "yo", "yo"—
¿Usted es fotogénico? ¿Tiene buena voz? Ruego de nuevo enviarme fotografía. ¿Qué le parece usted si filmáramos juntos una película? Yo podría facilitar entrada de usted en el cine. Latinos son buenos artistas. Usted dice que más alto que Navarro.
Yo le espero usted en agosto. Tendría mucho gusto en recibirle.
Amigo Andrés: yo no he querido nadie todavía. Usted es muy celoso. No James ni Profesor de español. Profesor es de edad y está casado.
Yo soy muy celosa también. No quiero que usted se enamore de ninguna mujer.
Reciba usted recuerdos.
(f.) Jacqueline Arthur".
Bueno, amigo. No le enseño las dos restantes. Menos la última. Había allí un gran amor. ¿Me lo creerá usted?
He aquí lo que estas cartas me hicieron deducir:
- Jacqueline Arthur tenía dieciséis años, bucles rubios y era muy bella.
- Tenía una afición desmedida por el cine.
- Era millonaria.
- Me quería.
Esto último ya lo cree usted también conmigo ¿Verdad? De otro modo, fácil es comprender que no se habría interesado tanto por mí. Menos perfeccionando día y noche su español para escribirme. Fuera de eso, y en las últimas cartas, no habría llegado a escribirlas sin atreverse a hacérselas corregir por su Profesor de español. ¡Tanta pasión rebosaban!
Ahora considere si yo podía interesar a nadie. Estúdieme, mire el original, ¿Qué iba a hacer yo?...
...Maquiné infernalmente. Al estallar la bomba, hasta mi llegaron los efectos, produciéndome una terrible crisis sentimental. Era esto muy justo. Usted lo reconoce. Era muy justo.
Cuando vi su retrato, y su cuerpo maravilloso, y sus bucles dorados, y su cara perfecta, y sus ojos claros y supe que tenía un padre millonario, autos de lujo, explotación de trenes propia y exportación de pinos de Oregón, y había pretensiones de estrellas de cine de por medio, y vi por otra parte quien era yo, el demonio se apoderó de mí.
Le mentí cosas inauditas. Tenía insomnios. Usted sabe lo que son los insomnios. Usted ha sufrido alguna vez de insomnio y ha sentido su feroz maltrato. Ocurre que a uno se le exacerban morbosamente las facultades intelectuales, y sobre todo se excita atrozmente la imaginación, la fantasía. Se trabaja con una lucidez enferma y el corazón temblando, sobresaltado. Una lógica de otra tensión vital desde luego, una lógica a base de grandes descargas... Bueno... Yo tengo este efecto, esta tremenda desgracia. Decir defecto no estaría bien.
Y en mis insomnios —duro colchón de paja y orejas encendidas— imaginaba de mí muchas cosas. Que se las decía después a Jacqueline.
Le ofrecí ir a verla en vacaciones, recorriendo los miles y miles de kilómetros que nos separaban, a pesar de que no tengo un centavo; le dije ser propietario de grandes plantaciones de cacao en la costa y ni sé decirle cómo será la costa!, le dije se me enviaría a perfeccionar los estudios en Alemania, yo, tan mal escolar, que ha ganado los años a duras penas, miserablemente; y —como el débil de ella era el cine— le dije que me gustaría ser galán de cine, hablándole de mis aptitudes para ello. Yo era un atleta, tenía voz de tenor y una magnífica figura! ¡Ya la conocería por la foto a enviarle dentro de pocos días! En fin, le confesé mi amor —no se me ría en la cara—. Ella también me confesó el suyo. No sólo por alusiones vagas: explícitamente.
Y la millonaria de dieciséis años a quien nunca veré me creyó todo, todo, y le metí un fuerte amor en ese pecho que jamás había sufrido una sola amargura.
Esta era mi venganza. La venganza de mi clase proletaria contra la suya, que tiene a sus pies el mundo y que, sobre todo, siempre tiene qué comer!.
¡Esta era mi venganza, esta era mi venganza!
Algo había que ensombrecía su existencia, que se le atravesaba en el camino: su ambición —insatisfecha— de ser estrella de cine. Desde el principio descubrí su punto vulnerable! Por ahí podía encadenarla. Yo sería galán de cine; iríamos a trabajar juntos...
¡Me esperaba, escribiría su última carta a escondidas del profesor de español!
Le daban rubor sus malas frases encendidas!
¡La venganza, la venganza!
¡Sufre alguna vez, mujer bella y millonaria! ¡Sufre al ver que el ídolo que fabricaron tus fantasías sólo fuera un estudiante en la miseria! ¡Sufre alguna vez! No sólo será la madre que debe comprarle zapatos a uno y no tiene cómo. No sólo llorará Andrés Peña cuando la vida le niegue un mendrugo, o le estruje las narices —a la vuelta de una esquina— a la esperanza de algún sueldo de hambre.
Ahora te decía la verdad. Te decía quién soy, Jacqueline, Jacqueline, Jacqueline...! ¡Y entonces tú, Jacqueline, ya no me escribiste más!
Podría también jurar que Jacqueline lloró. Con mi última carta, la carta sincera que borraba todo mi engaño anterior, le mandé mi fiel fotografía. Con este mi vestido de dril, medio apretado ya, mis zapatos con media suela, mi pobre cara, y estas manos feas, largas y nudosas que no sé donde esconder.
La carta era cínica, completamente cínica. Se lo dije todo, todo. La mejor prueba era mi fotografía. ¿No iba a llorar de rabia?
Habría tenido que expulsar esa imagen de hombre adorado, de galán de cine, de chico "bien" que le hice creer que era. Estaría abrumada con lo brutalmente prosaico que resultaba hacerla edificarse un castillo y destruírselo así. Fui un perro, lo conozco. Y eso de orinarse sobre su mejor ilusión fue una canallada. Culpa era de mis insomnios. Yo tengo terror a mis insomnios. Ellos siempre me hacen su víctima, son implacables.
Me sonroja recordarlo. Da muy mala idea de mí, y siento que la había querido, que la había querido y que fui una bestia.
Una bestia tragicómica, un perro enamorado de la luna, que alcanzó a darle una dentellada! Y en medio del dolor de recordar esto, me cabe una alegría satánica:
A esa mujer separada por un abismo de mí, a esa mujer a quien jamás pudiera hacer mía, yo, Andrés Peña, débil, insignificante y oscuro —desde miles y miles de kilómetros de distancia— le trastorné la vida, le envenené la vida. La hice que me quiera, que me adore, y luego que me odie, que me escupa.
Por eso digo: a esa mujer lejana, inaccesible, lunar, le alcancé yo a dar una dentellada, le probé la sangre. ¡Jacqueline, Jacqueline, Jacqueline...! Me gusta aún endulzar mi boca amarga con su nombre, me gusta paladearlo largamente. Y en mis insomnios... Pero basta.
Y volviendo al asunto que usted me decía: "Sí. Creo en la eficacia del aprendizaje de idiomas por correspondencia". Usted tiene razón.
Le daban rubor sus malas frases encendidas!
¡La venganza, la venganza!
¡Sufre alguna vez, mujer bella y millonaria! ¡Sufre al ver que el ídolo que fabricaron tus fantasías sólo fuera un estudiante en la miseria! ¡Sufre alguna vez! No sólo será la madre que debe comprarle zapatos a uno y no tiene cómo. No sólo llorará Andrés Peña cuando la vida le niegue un mendrugo, o le estruje las narices —a la vuelta de una esquina— a la esperanza de algún sueldo de hambre.
Ahora te decía la verdad. Te decía quién soy, Jacqueline, Jacqueline, Jacqueline...! ¡Y entonces tú, Jacqueline, ya no me escribiste más!
Podría también jurar que Jacqueline lloró. Con mi última carta, la carta sincera que borraba todo mi engaño anterior, le mandé mi fiel fotografía. Con este mi vestido de dril, medio apretado ya, mis zapatos con media suela, mi pobre cara, y estas manos feas, largas y nudosas que no sé donde esconder.
La carta era cínica, completamente cínica. Se lo dije todo, todo. La mejor prueba era mi fotografía. ¿No iba a llorar de rabia?
Habría tenido que expulsar esa imagen de hombre adorado, de galán de cine, de chico "bien" que le hice creer que era. Estaría abrumada con lo brutalmente prosaico que resultaba hacerla edificarse un castillo y destruírselo así. Fui un perro, lo conozco. Y eso de orinarse sobre su mejor ilusión fue una canallada. Culpa era de mis insomnios. Yo tengo terror a mis insomnios. Ellos siempre me hacen su víctima, son implacables.
Me sonroja recordarlo. Da muy mala idea de mí, y siento que la había querido, que la había querido y que fui una bestia.
Una bestia tragicómica, un perro enamorado de la luna, que alcanzó a darle una dentellada! Y en medio del dolor de recordar esto, me cabe una alegría satánica:
A esa mujer separada por un abismo de mí, a esa mujer a quien jamás pudiera hacer mía, yo, Andrés Peña, débil, insignificante y oscuro —desde miles y miles de kilómetros de distancia— le trastorné la vida, le envenené la vida. La hice que me quiera, que me adore, y luego que me odie, que me escupa.
Por eso digo: a esa mujer lejana, inaccesible, lunar, le alcancé yo a dar una dentellada, le probé la sangre. ¡Jacqueline, Jacqueline, Jacqueline...! Me gusta aún endulzar mi boca amarga con su nombre, me gusta paladearlo largamente. Y en mis insomnios... Pero basta.
Y volviendo al asunto que usted me decía: "Sí. Creo en la eficacia del aprendizaje de idiomas por correspondencia". Usted tiene razón.