Los Poemas de Amor suelen Enfermarme
De envidia y a su vez multiplicar mi culpa.¿Tan despiadado soy que el amor en mis manos no logra transformarse en poema?
Los poetas son seres sanos, diáfanos, puntiagudos
con una sensibilidad exacerbada como de herida infecta,
con un radar poderoso para captar la belleza y sus parientes pobres.
Yo en cambio odio la luz, huyo de la bondad que a menudo la siento como disfraz de alguna miseria. La perfección me produce eczema. La competencia, el éxito, me aterra. La sensatez me huerfaniza.
La fraternidad, la igualdad, el amor al prójimo me producen pena, envidia, gula, los trece pecados capitales.
El Porvenir para mí es la ranura central en la grupa de un hipopótamo.
La muerte es la mujer de mis sueños aunque prefiero verla enfiestada con los otros.
Me gusta el sonido efervescente de la droga en la lengua.
Me llega al alma la hoja de afeitar en el ojo, rito en el que por favor completo silencio.
Me gusta el sabor a clavo que tiene el fracaso
y comparto gustoso hasta mi casa con los perdedores.
Del amor me gusta el cine en versión original.
Las mujeres sin nombre, sin documentos.
Mujeres tranquilas remando en la desesperación.
Me gusta el adulterio con su vengativa manera de usar el jabón,
la ventana, el ancho de la cama en el hotel.
Me gusta el sexo viajero.
El sexo que empieza en una estación de tren
y termina en un túnel donde los amantes desaparecen.
Y hablando de sexo, me gusta el sexo como a la muerte le gusta la vida.
Me gusta hasta el fervor, hasta las lágrimas, el sabor dulce salado de la orina en el clítoris, cualquiera que fuese su raza, su religión, su grado de angustia.
Me gusta que las mujeres me vean como una sombra
Me gusta que las mujeres me admiren, disfruten de mis bromas echándo la cabeza hacia atrás.
Me gusta que las mujeres me tengan miedo
y con él se abran de piernas o se volteen pidiendo por dios ayuda.
Yo no hago poemas de amor, que me disculpen mis descendientes.
Que me disculpe el culto público que para eso ha llegado hasta aquí y volverá a casa desilusionado.
Huilo Ruales (Ibarra, 1947)